Qué asombro. La vida es un soplo. Hace más de diez años que no pasaba por aquí. Todo ha cambiado. Es como regresar a la vieja casa de la infancia y conocerla, apenas, por borrosos detalles. Cuántos se han ido en esta última década prolongada. No ha sido grato regresar porque lo que más duele son las ausencias y la certeza de que todo lo transitado ha sido en vano. Nada relevante.
Por fortuna me he acercado a Dios en los últimos dos años más que en toda mi vida que bordea la tercera edad. Qué grande es Dios y yo lo ignoraba. Ha sido difícil asimilarlo y sin embargo era tan fácil llegar a él con solo abrir pensamiento y corazón, abandonar las posturas complejas y poner todo en sus manos. Ya no tengo miedo, ni nada me preocupa. A la menor señal de desconcierto, de miedo, busco la conexión. Qué fácil es orar y yo lo ignoraba. Ahora solo me guía la convicción de que Dios me acompaña, me vigila, me cuida. Aquella vieja teoría que un día se me ocurrió y que pensaba era fantástica y de ficción, resultó verdadera. Dios nos mira a través de una gran lente, de un microscopio gigantesco y nosotros, cada pedacito de su Ser, somos el gran experimento, el de mayor interés, la puesta en escena que nos permitirá ir o no a la gran casa, a la gran nave que es refugio y paz. Ojalá pueda regresar antes a este cascarón blog, espero no tardar otros diez y tantos años más.
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