Juego de ojos/ Miguel Ángel Sánchez de Armas*
El director de un medio es como un jefe de Estado. Lo que decide en la soledad de su despacho tiene consecuencias más allá de la empresa, pues los medios alimentan a la sociedad. Hace unas semanas publiqué extractos de la memoranda con que Manuel Buendía como director de La Prensa en 1963, acicateaba a los reporteros para alcanzar la excelencia profesional.
Pero el responsable de un medio tiene además el deber de equilibrar las necesidades informativas con las exigencias empresariales, terreno harto delicado, y, confieso, difícil de transitar y de analizar. Un ejemplo de la vida real puede servir para acercarse a un tema que casi ningún director de medios querría abordar en público.
Debo a mi amigo Edmundo Murray el envío, desde Suiza, de la copia de la carta que el 26 de septiembre de 1882 el director de La Nación de Buenos Aires, Bartolomé Mitre, dirigiera a José Martí –“una excelente muestra de que el trabajo de un editor puede ser censura o puede ser ayuda”- después de que abreviara un escrito del Apóstol por razones que se explican en el cuerpo del texto (y que tienen un timbre curiosamente actual 126 años después). No conozco la reacción de Martí. La carta fue publicada en La Argentina en Martí, de Raúl Rodríguez de la O:
“Muy señor mío: La necesidad de un corresponsal competente en este país, era sentida por nosotros desde hace mucho tiempo, pero escollábamos en la dificultad de encontrar the right man in the right place (“el hombre idóneo en el lugar idóneo”). Hoy creemos haberlo hallado en Vd., halagándonos la esperanza de que su primera carta será el punto de partida de relaciones recíprocamente gratas y recíprocamente convenientes.
“Dicha carta –la primera de Vd. a que he hecho referencia- ha sido leída en este país y los inmediatos con marcado interés, mereciendo los honores de la reproducción en numerosos periódicos, algunos de los cuales le han dedicado –y a su autor por consiguiente-, muy favorables comentarios. Digo a Vd. esto para demostrarle que puede Vd. contar, en estas regiones, con un público lector que sabe hacer plena justicia al talento y la preparación literaria; honrando, en sus producciones, al que se distingue, como Vd., por esas brillantes dotes.
“La supresión de una parte de su primera carta, al darla a la publicidad, ha respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país. Sin desconocer el fondo de verdad de sus apreciaciones y la sinceridad de su origen, hemos juzgado que su esencia, extremadamente radical en la forma y absoluto en las conclusiones, se apartaba algún tanto de las líneas de conducta que a nuestro modo de ver, consultando opiniones anteriormente comprendidas, al par que las conveniencias de empresas, debía adoptarse desde el principio, en el nuevo e importante servicio de correspondencias que inaugurábamos.
“La parte suprimida de su carta, encerrando verdades innegables, podía inducir en el error de creer que se abría una campaña de ‘denunciación’ contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico, con prescindencia de las grandes lecciones que da diariamente a la humanidad esa inmensa agrupación de hombres, tan poderosamente dotados, como el medio en que se agitan, para todas las aplicaciones de la inteligencia, del trabajo y de las levantadas aspiraciones. Y tal no era en su idea. De otras secciones de su misma carta, como de trabajos suyos anteriores, se desprende –y no podía ser de otro modo- que sabe Vd. hacer, y hace, completa justicia a lo que hay de grande, de noble y de hermoso en ese país, estimando en lo que valen las enseñanzas que, en medio de todos sus defectos, ofrece al mundo en los detalles y el conjunto de su portentoso desarrollo.
“Suele sucedernos a los que escribimos para el público, que de pronto nos encontramos con que nuestra pluma ha trazado un cuadro que, aunque ajustado a la verdad hasta en lo más insignificante de sus líneas, y relativamente completo en sus detalles, no da, sin embargo, idea acabada de la realidad del conjunto, o es susceptible de darla equivocada, tal vez por falta de lienzo, posiblemente por escasez de tiempo, acaso porque creado en un medio determinante alegre y luminoso o en un extremo brumoso y triste, nos sale todo luz o todo sombra, cuando debiera ser la combinación armónica de sombras y de luces que es el rasgo característico de todo en el mundo y en la vida, ya se trate de hombres o de cosas, de tiempos o de hechos, de colectividades o de individualidades.
“Su carta habría sido todo sombras, si se hubiera publicado como vino, y habría corrido el riesgo innecesario, publicándola íntegra, de hacer suponer la existencia de un ánimo prevenido, y mal prevenido, cuando no se trataba más que de un efecto de circunstancias dichas, bajo la influencia de una sucesión de hechos ingratos, desarrollada en el periodo de tiempo abrazado por su carta.
“Lo dicho bastará para explicar el pensamiento y la intención que han presidido a la reforma de su primera carta en la forma de que se impondrá Vd. por el número de La Nación que se adjunta, y abrigamos todos aquí la seguridad de que hará Vd. a intención y pensamiento la debida justicia, conservándonos su buena voluntad y la valiosa cooperación que de su privilegiada inteligencia esperamos.
“Y que esa reforma no le induzca a Vd. en el error de creer que aspiramos a ver desaparecer por completo de sus cartas la censura y la crítica, la exposición de lo malo y de lo perjudicial. Muy al contrario. Lejos de desear poner trabas a su espíritu en ese sentido, queremos que lo deje en completa libertada, haciéndonos conocer lo bueno como lo malo en el orden político como en el moral, en el social como en el económico; pero cuidando siempre de que ni remotamente pueda atribuirse a efecto de la intención, lo que debe ser únicamente el resultado de los hechos. Las absolutas, en puntos controvertibles, no pueden ser la regla, sino la excepción en ciertos escritos que se avienen mal con la propaganda como objeto exclusivo de su producción, y que destinados a la colectividad por quienes tienen para con ésta especiales obligaciones, necesitan consultar hasta cierto punto sus inclinaciones, sin por eso esclavizarse a sus caprichos o dejarse llevar por sus debilidades.
“No vaya Vd. tampoco a tomar esta carta como la pretenciosa lección que aspira a dar un escritor a otro. Habla a Vd. un joven que tiene probablemente mucho más que aprender de Vd. que Vd. de él, pero que tratándose de una mercancía –y perdóneme Vd. la brutalidad de la palabra, en obsequio a la exactitud-, que va a buscar favorable colocación en el mercado que sirve de base a sus operaciones, trata, como es su deber y su derecho, de ponerse de acuerdo con sus agentes y corresponsales en el exterior acerca de los medios más convenientes para dar a aquella todo el valor de que es susceptible.
“Vd., con su clara inteligencia, me comprenderá fácilmente, llenando los vacíos que el correr apresurado de la pluma, he dejado seguramente en estas líneas, y me creerá cuando le digo que se le abre a Vd. aquí un vasto campo de honrosa y benéfica acción, dependiendo en Vd. únicamente el que sea él rico en halagüeños resultados. La Nación, con su circulación más grande que la de cualquier diario hispanoamericano, con la respetabilidad de que goza, y con la compañía que le ofrece en sus columnas, es el medio más poderoso que pudiera Vd. encontrar para hacerse conocer en América, sirviendo a los intereses de ésta, al par que los suyos propios. Me halaga la esperanza de que así lo comprenderá Vd. y será este un motivo más de que nuestras relaciones, tan cordiales ya por mi parte, sean duraderas, con lo que será el público el que más gane.”
Molcajeteando…
Ando con más magulladuras que Jim Caviezel en la película de Mel Gibson. En mala hora publiqué el chistorete de “Batman”. Mis amigas me dan la espalda y se niegan a pagar sus consumos en las cenas, cual tienen derecho desde que alcanzaron la igualdad con los hombres. Incluso lectores varones me han satanizado. ¡Ay de mí! Mi querida SGG, desde Barcelona, da voz al clamor en mi contra:
“El chiste que has reproducido al final de tu último artículo me parece muy denigrante para las mujeres. Quiero decirte que a mi me lo ha enviado una amiga y me he reído, incluso, pero cuando lo medité con mayor atención me di cuenta que nos hace flaco favor a nosotras. Así que como sé que tú eres un hombre respetuoso con las mujeres, cariñoso y amable, te pido que reproduzcas este comentario para que tus lectoras y lectores se enteren de que no me agradan ese tipo de burlas a las señoras.”
¿Qué sucedió? Pedí a mis asesores que discurrieran sobre el asunto. Me entregaron un informe en 136 folios que pronto publicaré en versión abreviada. Hoy sólo adelanto una de las observaciones: “Su error fue colocar a una mujer casada en papel de ‘Batman’. Comprenda que cuando Olive Schreiner publicó en 1866 su Vindication of the Rights of Women el mundo era victoriano y hoy no lo es más.” No entendí. En descargo ofrezco un chascarrillo feminista (espero que mis lectores varones no me crucifiquen):
Una pareja vacacionaba en una cabaña junto a un romántico lago. El varón decide tomar una siesta después de la pesca y ella (nótese que evito mención al estado civil) saca la lancha y en el tranquilo centro de las aguas se pone a leer. A poco llega un guardia forestal.
-Buen día, señora. ¿Qué hace usted?
-Leo, obviamente.
-Está usted en una zona vedada a la pesca.
-Lo siento, oficial. Leo, no estoy pescando.
-Sí, pero en su bote lleva el equipo necesario y en cualquier momento podría comenzar a pescar; así que me tendrá que acompañar a la comandancia.
-Si usted hace eso, lo acusaré de asalto sexual.
-¡Qué! Ni siquiera la he tocado.
-Es verdad, pero tiene usted todo el equipo necesario para ello y en cualquier momento podría comenzar…
-Que tenga buen día, señora. Adiós.
*Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP Puebla. 18/06/08
sanchezdearmas@gmail.com
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